viernes, 19 de febrero de 2010

Saboreando la belleza de Canaima. Canaima: Tercera Parte.

Desde que aterrizamos en Canaima ¡yo ya estaba levitando! ¡Ese verdor de la vegetación! ¡Ese brillo en todo! Llegué incluso a preguntar a mis compis de viaje si era yo que a ver qué me habían metido en el café que tomé o si ellos también veían todo más brillante y como más colorido… y coincidieron en que era así.

El ranchito del área de descanso estaba ya preparado para la comida y parte de su ambientación incluía música tropical.



Ericka, nuestra guía, nos recomendó ponernos lo más cómodos posible. Hacía un día maravilloso en cuanto a luz y temperatura, pero al ser la selva venezolana, al caminar un poco estaríamos todos sudando a chorros, así que su recomendación, puesto que los planes incluían nadar en un río allí cerca, era incluso ir en bañador simplemente. Había unos cuartitos para cambiarnos y para dejar las cosas. El ranchito y la construcción frente a él, donde estaban los baños, los cuartitos mencionados y luego descubrí que un salón grande usado como tienda, estaban en el medio de la selva. Así pues, estando en el ranchito sólo se alcanzaba a ver vegetación, la otra construcción y el camino que llevaba al aeropuerto… ¡con lo que la grata sorpresa de ver que el lago con las preciosas cataratas que vimos desde el avión, estaban a sólo unos pasos del ranchito fue mayúscula! :D

Llegamos a la orilla del lago Canaima y mientras disfrutábamos contemplando la vista, Ericka nos contó un poco sobre el lugar, sus pobladores, los Pemones, sobre las leyes que protegen el lugar (por ejemplo, que nadie que no sea de los Pemones puede comprar tierras allí, cosa que me pareció excelente), de la vegetación y la fauna, de que el color del lago se debía al tanino… pasa que yo estaba tan embebida en levitar viendo esa maravilla, que de poco me acuerdo, la verdad.

Navegamos un poco en el lago en una curiara a motor, pasamos lo más cerca que se podía de las cataratas y luego bajamos en la orilla contraria. A mí me gusta llevar binoculares a lugares como este, es una maravilla ver más detalles de lugares así.



Caminamos un rato por la isla Anatoliy, ellos, los españoles, alemanes y norteamericanos, flipaban con la vegetación, a mí me resultaba muy similar a la de Guatemala y eso siempre es una gozada.



(Continuará)

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